Brañas escribió en casi todos los géneros literarios (poesía lírica, ensayo literario y narrativa) y llevó al periodismo algo de la ígnea fuerza de su literatura. Fue uno de los más insignes colaboradores del desaparecido pero recordado diario El Imparcial, en donde encabezó la sección de cultura mediante artículos cuyas temáticas eran las artes y el pensamiento. Su oficio era labrar libros poéticos, cuyo hechizo permea en el lector todavía hoy, independientemente de la forma lingüística o retórica con que se presente ante sus ojos. Los temas centrales que dominan sus páginas son la soledad y el dolor ante los inevitables escollos de la vida. Ejemplo de ello es su poesía más conocida: Viento negro, una elegía dedicada a la memoria de su padre, que escribió en 1938. En esta destaca la concentración de los significados emotivos en una forma expresiva clara e intensa, por ello es más que un clásico de las letras guatemaltecas y centroamericanas. Otra característica que siempre distinguió a César Brañas fue su generosidad a la hora de difundir el vasto conocimiento literario, histórico y filosófico que tenía. A través de su lugar en El Imparcial tuvo ocasión de proponer a sus lectores muchas vías de acceso a un conocimiento más duradero que el de las disciplinas que se publicitan con más prestigio pero también con mayor levedad. Brañas, como sus amigos Miguel Ángel Asturias y Luis Cardoza y Aragón, fue un artista comprometido cuya intelectualidad humanística convivía con una ocupación constante por el progreso de la sociedad, a través de la promoción de la obra de escritores marginados o simplemente noveles que, con su auspicio, entraron a formar parte de la vida cultural del país.
Su poesía lírica abrillanta la historia literaria con títulos como Antigua (1920); el ya citado Viento negro (1938), y La sed innumerable (1964). En narrativa, destacan sus novelas Sor Candelaria (1918) y Las pupilas de Ópalo (2010), publicada póstumamente por la Editorial Universitaria (USAC).
Pero, probablemente, su mayor y más original legado a las letras guatemaltecas sea la colección de aforismos y reflexiones que escribió a lo largo de su vida y que, en 2009, Magna Terra Editores reunió, editó y publicó con el título Diarios de aprendices (1939-1976). Es este un libro de culto y sobrenatural, hecho para los adictos a la literatura de vanguardia filosófica irreverente, en donde el autor transparenta su alma y su lenguaje para crear momentos de arte puro y consumado como los hay pocos en el panorama nacional.
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